martes, 26 de agosto de 2008

Sobre El misterio de las catedrales




El misterio de las catedrales
Fulcanelli
Plaza & Janés, Barcelona, 1970 (Rotativa)
206 pp
10 x 18 cm
Pasta dura, cosido y pegado.


Una y otra vez me he convencido de que no tiene caso volver a un texto cuyo lenguaje técnico no entiendo y cuyos procedimientos no soy capaz de aplicar.
Durante, por lo menos, diez años, y apoyándome en otras lecturas, he concluido que la Alquimia no es un camino que pueda recorrer.
¿Influye en esta Obra la posición geográfica del buscador? ¡Al contrario de Europa, aquí predomina el movimiento Levógiro! A esto se suma el capital en tiempo y bienes necesarios para dedicarse a tan noble Arte.
Entonces, ¿por qué aún me es tan atrayente el lenguaje, aun traducido, de Fulcanelli? ¿Cuál misterio hace que un profano como yo sea seducido cada vez con los poderosos símbolos que nos imprime a fuego el Maestro?
A los adeptos quizá sirvan las claves que desvela, a fuerza de tesón. A los profanos, apenas nos sirve para, en un momento de lucidez tan breve como un destello, intuir que tras sus palabras sobrias anida una verdad superior. Éste podría ser todo el efecto perdido con la transformación de la liturgia latina; efecto simple pero prodigioso.
Acaso sea sólo que cuando leí por primera vez El misterio..., mis ojos miraban aún sin tantos vicios, mezquindades y culpas que se adquieren con la vida adulta, en estos tiempos oscuros, en esta Edad Plúmbea de mercachifles y profetas improvisados, de artistuchos frívolos por convicción, de palabras y hechos desechables.
Tuve la esperanza de aplicar a mi oficio la parte asequible a mi capacidad: trabajo, amor, paciencia, perseverancia, cuidado en las formas. Y son estas cualidades las que combate inmisericorde la nueva manera de editar, impuesta por instituciones deformes, que no es ni la prisa controlada del periódico ni el esfuerzo de largo aliento que implica el pastoreo del libro en sí.
Sólo la tendencia a lo tradicional puede apartarme del abismo.